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Kamil Grosicki, extremo polaco internacional, cuenta como fue recuperación de su adicción al juego. Pasó más de un mes ingresado en un centro especializado para recuperarse. “Mentí a todo el mundo, ni siquiera quería vivir”, reconoció tras ser dado de alta

Kamil Grosicki realiza estiramientos en el entrenamiento de ayer.

Kamil Grosicki realiza estiramientos en un entrenamiento con la selección en el mundial.

“La adicción al juego es una enfermedad incurable y una pelea constante” decía el actual extremo del Hull City en 2008, tras salir de rehabilitación.

Despertador a las 6.00 horas a diario, charlas en grupo para que cada adicto -los había enganchados a la droga, otros al alcohol, algunos, como él mismo, al juego…- expusiera sus problemas y, posteriormente, reunión con el psicólogo;únicamente una llamada de teléfono semanal, una hora de televisión cada siete días y exclusivamente informativos, paseos cortos -“de unos 30 metros;del primer al quinto árbol, como en la cárcel”- cada cierto tiempo… Y así durante 33 días. Esta fue la rutina del polaco Kamil Grosicki (Szczecin, 8-VI-1988) en el centro de rehabilitación de Stare Juchy a finales de 2007.

Grosicki, a día de hoy extremo del Hull City, era por aquel entonces un prometedor jugador de 19 años llegado pocos meses antes al Legia Varsovia que tenía un enorme problema personal: era adicto al juego. Hasta tal punto llegaba su enganchón a los casinos y a las ruletas que en pocas semanas acumuló deudas con muchos de sus compañeros de equipo. “Ese otoño, cuando me levantaba por la mañana y no tenía dinero, solo pensaba en dónde conseguirlo y qué excusa utilizar para engañar a alguien. Estaba completamente ciego. Recuerdo que un tipo me prometió que iba a prestarme mucho dinero después de un choque de la Copa polaca ante el LKS y durante todo el partido solo pude pensar en eso. Mentí a mi entrenador, a mis compañeros y a nuestros seguidores”, reconocía semanas después de su salida del dentro de rehabilitación en el diario Dziennik. Pese a no ser ni siquiera un veinteañero, Grosicki contestaba a las preguntas con la contundencia y crudeza del que ha visto el lado más amargo de la vida pese a tener, a priori, todo a su favor para gozar de una existencia placentera: “No tenía fuerzas para nada y no quería jugar al fútbol. Ignoré a todos los que estaban a mi alrededor, me sentí más inteligente que ellos… No quería vivir”.

En ese estado mental, el ingreso en el centro de rehabilitación fue una tabla de salvación para un chico del que los entrenadores ya destacaban su volcánico carácter. A última hora trató de librarse del ingreso argumentando el “no lo volveré a hacer más” tan manido de los adictos, pero acabó en Stare Juchy. “Si no hubiera ido allí, ahora mismo estaría acabado”, reconocía, incidiendo en el vuelco que sufrió su vida en aquel momento: “Cuando les conté a mis amigos cómo vivía, casi ni se lo creían. La primera semana fue particularmente dura porque tuve que cambiarlo todo de la noche a la mañana”. El extremo polaco, que no escondía que durante la fase más severa de su adicción al juego “pensaba exclusivamente en números y colores (los de la ruleta)”, gozó en todo momento de la ayuda de su madre, que tuvo que vender la casa familiar para ayudarle a hacer frente a sus deudas, fruto de un círculo vicioso en el que “pedí dinero a muchos compañeros sabiendo que probablemente no iba a poder devolvérselo, ya que cuando disponía de liquidez prefería seguir apostando”.

Cuando le preguntaban si estaba ya curado tras su paso por el centro, Grosicki no se andaba con rodeos: “Sería estúpido si así lo creyera. La adicción al juego no es un dolor de cabeza para el que te tomas una pastilla y se pasa de inmediato. Es una pelea constante y una enfermedad incurable. Si veo imágenes del hotel Marriott, mi primera asociación es con el casino;si sale por televisión el Palacio de la Cultura, pienso en el casino…”.

CESIONES Y MÁS PROBLEMAS Grosicki, que debutó con la selección absoluta semanas después de ser dado de alta, agradeció el apoyo y la comprensión de sus compañeros y técnico, Jan Urban, del Legia Varsovia, pero acabó saliendo cedido al Sion suizo, donde llegó tarde a algún entrenamiento pese a vivir en el hotel ubicado en el propio estadio. El regreso a la liga polaca en junio de 2008, concretamente al modesto Jagiellonia Białystok, sirvió para relanzar su carrera, aunque allí también acabó teniendo problemas con su entrenador. Sus compañeros destacaron en más de una ocasión su indudable calidad, pero también su complicada forma de ser. Uno de ellos, Tomasz Frankowski, lo resumió a la perfección ante los micrófonos de Sky Sports: “Si Kamil no acaba triunfando será por idiota”.

Tras dos experiencias en Turquía (Sivasspor, 2010-14) y Francia (Rennes (2014-17), y con la ayuda de un psicólogo deportivo que le ha ayudado a controlar su carácter tanto dentro como fuera de los terrenos de juego, Grosicki llegó a la Premier League en enero del año pasado. Su rendimiento individual fue positivo -fue elegido mejor jugador de abril por los aficionados por delante de Roberto Firmino (Liverpool)-, pero no pudo evitar el descenso de un Hull City con el que esta temporada ha completado un ejercicio irregular en la Championship.

Asentado desde hace años como pieza clave en la selección polaca, un buen Mundial podría facilitarle un interesante cambio de aires a sus 30 años. Podría ser el colofón a una trayectoria que en un principio apuntaba a un brillo mucho mayor pero que estuvo cerca de irse completamente al traste por su adicción al juego, en apariencia ya superada. “Cuando me sentaba en la mesa de la ruleta no me podía controlar, siempre quería más. ¿Cómo me controlo ahora? Con sentido común”, decía hace diez años.

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