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Comienzo este testimonio agradeciendo de forma sincera a AGAJA, y a todas las personas que la conforman, por todo cuanto, de forma desinteresada, han hecho por mí y por toda mí familia.

Hace más de un año que llegué a AGAJA, lo hice de la mano de mi marido, que me puso al tanto del enorme problema que, sin yo saberlo, pero sí sospechaba, él tenía. La decisión fue tomada por él, puesto que esta era la segunda vez que le ocurría, pues ya se había rehabilitado 12 años atrás.

Tengo que decir que llegué destrozada, con la moral y el ánimo a ras de suelo, no podía entender como algo así me estaba ocurriendo, llegué a pensar que no era más que una pesadilla y que en cualquier momento despertaría. No solo no desperté, puesto que lo que estaba viviendo era la cruda realidad que, además de afrontar con decisión el problema, me llevó a dirigir la dirección y el rumbo familiar. Por otro lado, una nueva experiencia para mí.

No fue fácil verse en tremenda situación, pues te encuentras sola, sin saber a quién acudir, no sabiendo como planteárselo a nuestras familias y con la sospecha de no ser comprendida. Mi gran temor era, sobre todo, la reacción de mis padres, pues aunque llevábamos viviendo juntos tres años, hacía sólo seis meses que nos habíamos casado, siendo su comportamiento y su relación con ellos, siempre muy correcta.

De repente te enteras que estás llena de deudas y no sabes como puedes pagarlas, se te viene el mundo encima, pero gracias, una vez más, a la asociación, te das cuenta que ese es el menos de los problemas, pues más tarde o más temprano serán todas saldadas. Comprendes que el principal objetivo es el bienestar de los dos, así como la rehabilitación del enfermo.

El camino a pesar de no haber sido fácil, fue constructivo y muy gratificante, dado a que cada fase del tratamiento terapéutico me ha enseñado a sobrellevar el problema, me ha enriquecido como persona y he aprendido que todo en esta vida, menos la muerte, tiene solución, que los problemas, compartidos, se hacen menores, más llevaderos. Como bien siempre nos decía Herminia, mi monitora de iniciación, «No se le puede pedir peras al olmo», o sea, que hay que darle tiempo al tiempo, pues con ganas e ilusión, se empieza a ver la luz del camino a seguir y que jamás debemos perder de vista.

Deseo que estas letras sirvan de ayuda a otras personas y así puedan enfrentarse a este u otro problema por difícil que les parezca.

No quiero finalizar este testimonio sin dejar claro que nada hubiera sido igual sin ayuda de uno de mis tíos, que por haber vivido el problema en sus propias carnes, hizo que todo fuese más llevadero con mis padres, que, a fin de cuentas, eran quien más me preocupaban.

Mónica.

 

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