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Larcama es una asociación con sede en Toledo y en Ciudad Real que trabaja para que los pacientes puedan rehabilitarse de su adición a los juegos.

Hace seis años, la vida de Antonio (nombre ficticio) tocó fondo. Resquebrajamiento de sus relaciones familiares, pérdida de amistades, estudios en la cuneta, cuentas bancarias a cero… Tan solo le acompañaban setenta céntimos de euros en sus bolsillos, una cantidad insuficiente para pagar el billete del bus urbano que, como cada día, le llevaba a su trabajo en el barrio del Polígono de Toledo.

Con 34 años, Antonio es ahora un ludópata rehabilitado. Pero su camino hasta conseguirlo no ha sido nada fácil. Comenzó a enrolarse en esa pesadilla siendo un chaval de 17 años. «Fui a estudiar a Talavera de la Reina, pero pronto dejé los estudios y comencé a frecuentar las salas de juego. Me gasté todo el dinero de una beca de estudios en salir de fiesta y en jugar a las máquinas tragaperras. Hasta que me quedé sin nada».

El calvario no había hecho nada más que comenzar. «Cuando cumplí los 18 años, saqué el dinero de la herencia de mi abuelo (un millón de las antiguas pesetas) para poder hacer frente a los gastos en la residencia de estudiante que tenía pendientes y seguir con el juego».

«Al principio solo frecuentaba salones de juegos, pero llegó un momento en que, si pasaba por un bar y veía una máquina tragaperras, tenía que entrar. Al principio, echaba cinco euros pero acabé tirando de tarjeta. Cobraba el día 1 de cada mes y, al llegar el día 5, ya no tenía ni un chavo. Salía de trabajar y rápidamente me iba a las salas de juegos y estaba hasta que cerraban. Llegué a desayunar, comer y cenar». Se quita las gafas para frotarse los ojos.

Antonio se vio obligado a regresar a Toledo y a convivir con un hermano para compartir gastos. «Mi hermano me tenía que pagar todos los gastos del alquiler… y llegué a pedir anticipos de nómina al banco, inventándome mil excusas».

Pero las cosas fueron a peor. Antonio llegó a robar dinero a su hermano, hasta que le dejó su cartilla de crédito en números rojos. Ese fue el punto de inflexión para Antonio, quien decidió buscar ayuda.

Cristina Gómez (psicóloga) y José Alberto Ortega (presidente de Larcama)
Cristina Gómez (psicóloga) y José Alberto Ortega (presidente de Larcama)– Ana Pérez Herrera

Sueldos enteros gastados durante años, una herencia consumida, dinero robado… pero hay algo que este joven tiene claro: «Ni naciendo tres veces más podría agradecer a mi hermano todo lo que ha hecho por mí. Al final, te das cuenta de que el dinero es tan solo dinero y que lo peor es el daño que llegas a hacer a tu familia».

La ludopatía, una enfermedad

En 1992 la Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó la ludopatía en su clasificación internacional de enfermedades. Cristina Gómez, psicóloga de la asociación de Ludópatas Asociados en Rehabilitación de Castilla-La Mancha (Larcama), reconoce que la forma más correcta de referirse a ello es como trastorno. «La diferencia que hay entre una enfermedad y un trastorno es que enfermedad es algo vírico que tiene cura, pero la ludopatía es un trastorno de conducta adictiva y también una alteración por la falta de impulsos, lo que conlleva a estar en alerta toda la vida».

Las principales señales que alertan de que podemos estar ante un caso de ludopatía son la falta de dinero, cambio ostensible de carácter, con tendencia al aislamiento, estados de depresión y ansiedad frecuentes, y la mentira compulsiva. «Se convierten en verdaderos expertos en mentir y, si me apuras, la mentira compulsiva es otro trastorno en el que hay que intervenir», explica la psicóloga.

Larcama es una asociación, con sede en Toledo y Ciudad Real, que atiende a cerca de un centenar de pacientes. Esta agrupación de «autoayuda» trata la adicción a los juegos de azar, tales como el bingo, las apuestas «online», el póker, las máquinas tragaperras, las loterías, las cartas o los casinos. Y también otras que no son de azar, como es la del teléfono móvil, los juegos de ordenador, la consola, las tabletas…

Para el presidente de Larcama, José Alberto Ortega, es complicado hablar del perfil «tipo» de un jugador ludópata. No obstante, reconoce que, si hace años, predominaba el hombre con edades comprendidas entre los 30 y 50 años, aficionado a las máquinas tragaperras y al bingo, ahora esos roles están cambiando.

El «boom» de las casas de apuestas deportivas se ha convertido en los últimos años en la nueva puerta de entrada de los jóvenes a la ludopatía. Esos lugares de juego están muy cerca de desbancar a las tradicionales máquinas tragaperras, tan adictivas para los hombres y las mujeres. «Vivimos en una sociedad muy machista. Si el hombre padece ludopatía, la mujer le intenta ayudar; pero si es la mujer la que lo sufre, el hombre la echa de casa», afirma Ortega.

La familia, un pilar esencial

Los jóvenes han hecho de esas salas su lugar de encuentro, donde quedan para ver su deporte favorito, tomar algo (en muchas las consumiciones son gratuitas) y, de paso, apostar. Esta tendencia está modificando el perfil del paciente, que se está convirtiendo en un «jugador online»: chicos jóvenes que buscan dinero fácil y que ven, en las apuestas deportivas, la manera más rápida de conseguirlo.

La familia juega un papel fundamental en la rehabilitación del ludópata. Según Cristina Gómez, el afectado debe comenzar a recuperar la confianza en el paciente y ayudarle para que no tenga una recaída. Para ello, desde la asociación trabajan a través de tres tipos de terapias: grupal, familiar y psicológica. Tienen como objetivo averiguar qué les llevó a jugar para así intentar corregirlo o controlarlo, además de contar sus propias experiencias.

«Uno de los síntomas de la ludopatía es la falta del control del dinero y de no saber lo que cuesta ganarlo. Nosotros empezamos a trabajar desde la base inicial para controlar los estímulos. Solo puede llevar el dinero necesario para sus gastos, además de pedir justificante de todos los que realicen. El objetivo es que el paciente sepa organizarse y sepa valorar el dinero. Según vaya ganando confianza, se le irá dando una mayor cantidad para que se organice».

Pero la confianza debe ser plena en ambos sentidos. «Si recae o se encuentra mal, debería tener la suficiente confianza como para poder contárselo a sus familiares, sin que éstos se lo recriminen. Porque muchas veces el paciente no dice que se encuentra mal o que ha vuelto al juego por miedo a las represalias de la familia», revela la psicóloga.

El decálogo del jugador en rehabilitación también incluye evitar entrar en los lugares donde se juegue o hacerlo acompañado por alguien que conozca el problema; no jugar a ningún juego de azar; inscribirse en el registro de personas que tiene prohibido el acceso a establecimientos de juego, mancomunar las cuentas corrientes y cancelar las tarjetas.

¿Cuál es el porcentaje de éxito de rehabilitación terapéutica? En torno al 70% de los pacientes que acuden a Larcama reciben el alta terapéutica en un periodo aproximado de dos años. «Esto quiere decir que el afectado ha cumplido un periodo de su vida que no ha jugado y ha cumplido todas las fases del tratamiento de forma exitosa. Por ello, le entregamos un documento que acredita que ‘por el momento’ está rehabilitado y le recomendamos que normalice su vida. Pero siempre debe estar en alerta», advierte Cristina Gómez. «Lo más importante no es si la persona recae o no, sino que, si eso le ocurre, sepa levantarse».

Una ley que no ayuda

La Ley del Juego y de las Apuestas de Castilla-La Mancha no ayuda a controlar esta la cra social. En Castilla-La Mancha, existen entre 200 y 300 establecimientos de juego. Solamente el año pasado, se concedieron más de 50 licencias para la apertura de este tipo de locales. «La ley del Juego está facilitando la proliferación de este tipo de salas. Se estima que un 4% de la población española es ludópata. En 2015, el juego movió más de 36.000 millones de euros en toda España, pero la Administración nos da una ayuda de 35.000 euros, ¿qué hacemos con eso?», se pregunta el presidente de Larcama.

«No hay un control del juego y, si no lo hay, es porque no interesa», sentencia. Y lo peor es que parece que esto no va a cambiar. «Hace cinco años se presentó en Toledo un lector de DNI para que pudiera ser instalado en las máquinas tragaperras. Al introducir el documento de identidad, si la persona estaba autoprohibida no podía jugar ni tampoco los menores de edad. Pero no lo quisieron aceptar en ninguna comunidad autónoma».

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