Una de cada tres ludópatas en España es mujer y solo el 10% recibe tratamiento. Las máquinas tragaperras pasan desapercibidas entre el barullo de los bares. Las salas de juego son parte del paisaje urbano. Los ‘pop-ups’ que llaman a apostar pasan de largo en la web. Sin embargo, hay miles de mujeres para las que el juego supone una tentación enfermiza y un desagüe por el que lo pierden todo.
No es de extrañar que el juego se convierta en vicio y el vicio en enfermedad en un país en el que «casi el 80% de la población participa en algún sorteo o se acerca a algún local de juego», tal y como indica el último estudio de la Fundación Codere sobre el juego de azar en España.
Cerca del 3% de los españoles padecen esta enfermedad. Daniela Scorrani, trabajadora social de la Asociación de Ludópatas de Aralar, se refiere a la ludopatía como «la adicción silenciosa», puesto que al contrario que el alcoholismo o la drogadicción no tiene consecuencias físicas y su detección es más difícil.
Suele ser la familia la que destapa el problema. Los agujeros económicos delatan la adicción por encima de la depresión o el aislamiento -dos patologías íntimamente relacionadas con esta enfermedad- y los familiares acaban conociendo las deudas.
Hace siete años que Tina, de 62 años, no juega. Reconoce que pasó su infancia coqueteando con ese mundo, le encantaba colocar las habichuelas en los cartones del bingo. Los años reforzaron su afición: «Comencé a dedicarle más tiempo al juego cuando fui adulta y empecé a trabajar, entonces tuve acceso a los locales y al dinero. Era una cosa social, iba a cenar y después al bingo. Pero entonces un día vas a propósito, y después dejas de ir a un sitio o de cumplir una obligación por ir a jugar. Fui adicta durante muchísimos años».
La ludopatía era una ‘adicción silenciosa’ para su entorno, pero no para ella. «Trabajaba muchísimo pero nunca tenía un duro. Una vez cobré el sueldo y me lo gasté en un día». No fue un incidente aislado, Tina gastó 60.000 euros a golpe de bingo en un año, todos sus ahorros. Además, debía pagar unos 20.000 euros por los créditos y préstamos que había pedido a gran parte de sus conocidos.
Sexismo: un obstáculo para salir de la adicción
El juego siempre se relaciona con el mundo masculino. «La mujer socialmente tiene otro perfil y no está bien visto que juegue; sin embargo, en el caso de los hombres sí. Es puro tópico social, machismo, parece que la mujer tiene que estar en la casa», justifica Daniela Scorrani. Coinciden con esta teoría los especialistas de la asociación Can Roselló y señalan que «al hombre se le tolera el juego excesivo en las primeras fases, a la mujer, en cambio, se la tilda rápidamente de ‘viciosa’, lo que conlleva una ocultación del problema más tenaz».
Esta ocultación explica la bajísima tasa de mujeres que acuden a rehabilitarse. Los datos disponibles indican que solo el 10% de los ludópatas que se tratan son mujeres, una realidad que Juan Lamas, director terapéutico de AGAJA y director técnico de la Federación Española de Jugadores de Azar rehabilitados (FEJAR), achaca al sexismo: «Dicen que es más difícil que las mujeres accedan a tratamiento. Esto se debe al machismo, por su menor incorporación al mercado laboral y especialmente por su labor como madres que provoca que exista mayor sentimiento de culpabilidad. Las mujeres, al ser un grupo minoritario, no consiguen identificarse en terapia como sucede con el género masculino. Su determinación en el tratamiento es menor y muchas lo abandonan, aparte de por la falta de identificación por las presiones del entorno familiar».